Cada año, el 8 de septiembre, la Iglesia universal celebra con gozo la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María. No se trata solo de recordar el nacimiento de una niña en la humilde casa de Joaquín y Ana, sino de contemplar un misterio de esperanza: con María nace la aurora de la salvación, porque de Ella nacerá Cristo, el Sol de justicia.
Una fiesta antigua y querida por la Iglesia
La celebración de la Natividad de María tiene hondas raíces en la historia de la Iglesia. Se remonta al siglo IV en Jerusalén, cuando se dedicó una basílica en el lugar donde, según la tradición, vivieron los padres de la Virgen. Más tarde, en el siglo VIII, la fiesta fue introducida en Roma por el Papa Sergio I y se difundió rápidamente. Hoy es una de las tres “natividades” que guarda nuestro calendario litúrgico: la de Jesús (25 de diciembre), la de san Juan Bautista (24 de junio) y la de María (8 de septiembre).
No encontramos en los Evangelios datos concretos sobre su nacimiento, pero la tradición, recogida en el Protoevangelio de Santiago, nos habla de Joaquín y Ana como sus padres. Con ternura, la Iglesia ha ido transmitiendo esta memoria, y en el rezo del Oficio proclama: «Por tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunciaste la alegría a todo el mundo: de ti nació el Sol de justicia, Cristo, Dios nuestro».
El anuncio de la esperanza
Muchos siglos antes, el pueblo de Israel aguardaba con ansia el cumplimiento de las antiguas profecías. Isaías había anunciado: «He aquí que una doncella concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel» (Is 7,14). También Miqueas habló de la mujer que daría a luz al Mesías esperado (Mi 5,2-3).
Esa esperanza se mantuvo viva en los corazones de los justos: Simeón, a quien el Espíritu Santo reveló que no moriría sin ver al Salvador (Lc 2,26), o Ana, la profetisa, que día y noche suplicaba la redención de Israel (Lc 2,37). Incluso el mundo pagano intuía que algo grande estaba a punto de acontecer: la pax romana proclamada por Augusto era vista como un presagio de la llegada del Príncipe de la Paz.
Y en la plenitud de los tiempos, Dios cumplió su promesa: «Envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción filial» (Gal 4,4-5). Esa mujer preparada por Dios desde siempre, concebida sin pecado, fue María.
La aurora de la salvación
Los Padres de la Iglesia y los santos han visto en el nacimiento de María el inicio de un nuevo amanecer. Hasta entonces, la tierra estaba en sombras, herida por el pecado. Con Ella surge la primera luz del día. San Bernardo decía que, así como Eva fue instrumento de la caída, María es instrumento de la redención. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.
Pío XII, en el Año Mariano de 1953, la describía con imágenes luminosas: pulchra ut luna, hermosa como la luna; electa ut sol, elegida como el sol. María refleja la belleza de Dios como la luna refleja la luz del sol, y al mismo tiempo irradia calor y vida como el sol que fecunda la tierra. Ella es la más hermosa de todas las criaturas, no solo por su rostro humano, sino porque su alma está llena de la gracia de Dios.
Con razón la liturgia canta que, con su nacimiento, María trajo alegría al mundo entero. Es la aurora que anuncia la llegada del día pleno que es Cristo.
Madre, modelo y refugio
Pero María no es solo la Madre del Salvador. Es también la primera y más fiel discípula. Su vida es modelo para todo cristiano:
Por eso, generación tras generación, el pueblo cristiano ha visto en Ella un refugio seguro, consuelo en las pruebas, remedio en las enfermedades y protección en las dificultades.
La Virgen de los Remedios, Patrona de La Roda
Aquí, en La Roda, esta fiesta adquiere un significado especial: celebramos a nuestra Patrona, la Virgen de los Remedios. Ella nos acompaña en los momentos de alegría y de dolor, en la vida familiar y comunitaria, y su imagen nos recuerda que no estamos solos, que tenemos Madre en el cielo y en el camino de la fe.
Durante estos días, en la parroquia de El Salvador hemos celebrado con fervor el Triduo en su honor, poniendo en sus manos nuestras intenciones, necesidades y esperanzas.
Y el próximo lunes 8 de septiembre, nos uniremos en un gesto de fe y fraternidad con el pueblo hermano de Fuensanta, donde se venera su sagrada imagen en el Santuario. Allí celebraremos dos eucaristías ofrecidas por el pueblo de La Roda: a las 18:30h y a las 20:00h.
Será un día de encuentro y de hermandad, en el que dos pueblos se unen en torno a la misma Madre. Como una verdadera familia, nos reunimos bajo su amparo maternal, recordando que María no separa, sino que reúne y hermana.
Un envío bajo su protección
La Natividad de María no es solo un recuerdo del pasado. Es una invitación a vivir en presente lo que Ella encarna: la esperanza, la fe, el servicio, la confianza. María, Virgen de los Remedios, nos enseña a mirar la vida con ojos de fe y a abrir el corazón al querer de Dios.
Hoy, al celebrar su nacimiento, le pedimos que Ella nazca también en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestros pueblos. Que bajo su protección caminemos hacia Cristo, el único que puede dar remedio y salvación a nuestra vida.
Con las palabras de Cervantes podemos decirle:
"Niña de Dios, por nuestro bien nacida; del claro amanecer, del sol sagrado sois la primera aurora; sois del justo gloria; del pecador, firme esperanza".
Que María, nuestra Madre y Patrona, nos siga acompañando siempre. Y que esta fiesta sea para nosotros un envío a vivir como hijos de Dios, como hermanos entre nosotros y como discípulos de Jesucristo, el Hijo de María.
Rvdo. D. Fernando José Zapata Sanz
Párroco de El Salvador, La Roda
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